miércoles, 1 de septiembre de 1999

Trabajadoras de maquila: ¿nuevo perfil de mujer?

Fuente: Envío


La maquila ha creado miles de nuevos empleos. La mayoría, para mujeres jóvenes. En la maquila converge un abanico de experiencias femeninas selladas por la sumisión y hasta hoy dispersas. Esta nueva realidad, sumada a la independencia económica que la maquila da a las jóvenes puede estar creando la matriz para un nuevo modelo de mujer.

La asociación de maquiladores de honduras tiene registradas oficialmente 200 fábricas maquiladoras y reconoce que hay también un buen número de fábricas de este tipo sobre las que no tiene control. Las maquiladoras están localizadas en las principales ciudades del país: San Pedro Sula, Villanueva, Búfalo, La Lima, El Progreso, Choloma, La Ceiba, Siguatepeque y Tegucigalpa. La mayoría, ciudades localizadas en la zona norte, lugar estratégico por encontrarse allí los principales puertos.

Hablando con las trabajadoras

En un total de unas 250 fábricas sólo existen 20 sindicatos, en su mayoría débiles y sin capacidad para negociar contratos colectivos. En la industria maquiladora -la principal fuente de generación de empleo nacional- hay inversión de capital estadounidense, hondureño, coreano y, en menor escala, de Singapur y Taiwan. Se afirma que la maquila ha creado 110 mil empleos directos, con la posibilidad de aumentar esta cantidad. Los empresarios del COHEP siempre se están quejando de las condiciones favorables que el país ofrece a los inversionistas. Como en otros países, la mayoría de la mano de obra empleada -más o menos el 85%- es femenina, oscilando su edad entre 13-34 años. Para conocer mejor este mundo, nos acercamos a jóvenes trabajadoras de maquilas de La Lima y El Progreso, con edades entre 14-24 años. Algunas son jóvenes residentes en la ciudad y otras en áreas rurales.

Son muchos los jóvenes y las jóvenes de las comunidades rurales y urbanas que aspiran a alcanzar la mayoría de edad para entrar a trabajar en una fábrica. Por esta urgencia -provocada en muchos casos por la acuciante necesidad económica, aunque también por la fascinación que sobre todo en las muchachas despierta el mundo fabril- encuentran las maneras de evadir los controles de edad para poder ingresar a las fábricas. Hay adolescentes de 14 años que laboran bajo otra identidad o responden a un nombre distinto al propio y hay casos en que se sienten más identificadas con el nombre falso que con el propio.

Puerta a un mundo nuevo

La fábrica es la puerta de entrada a un mundo desconocido para ellas, les ofrece la oportunidad de experimentar y de correr aventuras sin el control de los padres, novedad que la estructura familiar no les permite. "A las hijas mujeres nos controlan más que a los varones, mi papá siempre dice que las mujeres son de la casa y los hombres de la calle".
En el primer momento manejar el dinero del salario les hace creer que tienen el mundo en sus manos. "Cuando recibí mi primer pago estaba tan contenta que cuando llegué a mi casa contaba y contaba el dinero. Me parecía un sueño que eso fuera real". Con el dinero, las jóvenes logran poder adquisitivo y esto las hace salir de su invisibilidad y sentirse importantes. A partir de este dinero, todo un mercado ambulante y un sistema financiero de usura las hace, para bien o para mal, centro de su atención.

El día de pago sienten que el mundo gira a su alrededor. Es el día en que las trabajadoras tienen más cuidado en arreglarse: al salir del trabajo, van de compras o a comer en algún sitio bonito: pollo, hamburguesas, repostería... Ese día los mercaderes ambulantes les ofrecen sus productos o le traen "encargos" que hicieron.

Las metas: germen de discordia
Las fábricas maquiladoras están organizadas por módulos o líneas. En ambos estilos de producción se busca conseguir el máximo de rendimiento, medido con metas de producción. Dentro de la fábrica las trabajadoras valen por su capacidad productiva: "Dime cuanto produces y te diré cuanto vales". Además, las operarias que producen sus metas o se acercan más a alcanzarlas tienen mejores salarios por los incentivos de producción.

Los módulos están compuestos por grupos de 6-8 operarias que tienen que sacar una meta. Todas las operarias del módulo ganan la misma paga, independientemente del esfuerzo que cada una haga por alcanzarla. La producción individual no cuenta en el módulo, donde sólo vale la meta colectiva.

Las líneas tienen un mayor número de operarias: 15-18. Al igual que en el módulo, tienen metas establecidas de forma colectiva, pero también las tienen para la producción individual y el salario depende tanto de la producción colectiva como de la individual.

La organización por líneas o por módulos va creando entre las obreras discordias y enemistades, que van así interiorizando la ideología del sistema capitalista: "Vale la producción, no la persona". Si alguna no logra entrar en el ritmo de producción de su línea o de su módulo, muchas veces es presionada por sus propias compañeras a salirse de esa línea, y en algunos casos hasta a dejar la fábrica.
En el módulo se producen más fricciones entre las compañeras que en la línea."Yo me salí porque no podía trabajar rápido. La operación que estábamos haciendo me costaba mucho y había una mujer dentro de la línea que me hostigaba, porque decía que por mi culpa no sacaban la meta. Las otras compañeras decían que no le hiciera caso, pero yo no aguanté".

La presión por alcanzar la meta es tan fuerte que muchas de las jóvenes que se saben lentas adelantan trabajo en el tiempo que les dan para el almuerzo, o llegan más temprano a la fábrica para comenzar a producir antes de la hora de entrada.

Es muy común que en las fábricas se organicen pequeñas cooperativas entre compañeras de línea o módulo, que se asocian para ahorrar y sacar préstamos. Estas cooperativas se organizan a principios de año y terminan cuando finaliza y se reparten los ahorros y las ganancias por las actividades realizadas. Las muchachas ahorran para contar con un pequeño capital que les permita celebrar la Navidad con algo más de abundancia.

Grupo de amigas: la llave

Muchas mujeres logran desarrollar buenas amistades en el centro de trabajo. Pero son muy pocas las que llegan a relaciones profundas que perduran después de haber salido de la fábrica. Las amigas son muy importantes cuando se trata de jóvenes recién salidas de sus casas. Sólo en grupo son muchas las que se atreven a incursionar en ese mundo más amplio que el de su familia y el de la comunidad, el único que conocían. Con el grupo de amigas planean los paseos y las compras y amplían las relaciones sociales con visitas recíprocas a las casas y a las comunidades de las que integran el grupo.

El grupo de amigas también se vuelve determinante para establecer relaciones de pareja. Las amigas se "enganchan" o se desaniman unas a otras en las relaciones amorosas, aprueban o desaprueban, y puede darse hasta el rompimiento de la amistad cuando alguna integrante del grupo decide entablar una relación que no es aprobada por el resto.

El grupo de amigas es fundamental para hacer más vivible el duro ambiente de la fábrica. Sin un grupo de amigas es muy difícil para la joven mantener tanto su estabilidad laboral como su equilibrio emocional. En este contexto, relaciones de amistad entre sólo dos operarias son vistas con mucha suspicacia y hostigamiento. Se produce también cierta discriminación al ser tildadas de "marimachas". En el mundo de la fábrica se establecen también relaciones de pareja, que en la mayoría de los casos resultan efímeras, al ser fundamentalmente "rebanes" que surgen en excursiones o paseos de las trabajadoras, donde se da un ambiente más relajado y permisible. "¡En esos paseos se ven unas cosas! Cipotas que en la fábrica no quiebran un plato y en los paseos se destapan ..."

"Los novios de la fábrica sirven para pasarla bien, porque cuando es día de pago salimos en grupo, y él es quien paga el cine e invita a comer. Así me divierto sin tener que pagar." También elaboran ciertas reglas para establecer noviazgos. Por ejemplo, ésta: "No se ve bien que una operaria se ponga de novia con uno de los ingenieros o supervisores, porque ya se sabe lo que ellos van buscando. Como dice el dicho, cada oveja con su pareja."

¿Sumisas?

Son muy comunes los conflictos entre operarias y mandos medios. Las operarias siempre sospechan de sus supervisoras de línea: "Ellas no siempre nos dan cabales nuestros incentivos, ellas se creen las dueñas de la fábrica y nos tratan mal". A los ojos de las operarias, la mejor supervisora es quien las motiva para producir la meta, las considera cuando están enfermas, y les ayuda a conseguir permisos. Pero la imagen más común de supervisora es la de quien las presiona y obliga a producir la meta y a hacer horas extras, y siempre las está llamando a la oficina para algún castigo. La sienten como perro guardián detrás de ellas. Cuando entran a trabajar, las muchachas son muy sumisas y aceptan todo lo que les manden. Pero a medida que adquieren más experiencia son más agresivas con sus supervisoras, guardando la sumisión para los jefes de más altura.

Las "apantallan" quienes dentro del trabajo tienen títulos y se dirigen a sus jefes por sus títulos: "la licenciada" "el ingeniero". Son muy pocas las que se atreven a contradecir o enfrentar a estos jefes, que son como la representación de sus padres, a quienes siempre han tenido que someterse. En cambio, la supervisora juega para ellas el papel de hermana mayor, a la que se le reconoce cierta autoridad, pero a la que ven al fin y al cabo como otra "hija" más, y por eso puede ser cuestionada y hasta desafiada. Sienten la fábrica como la ampliación del ámbito doméstico, donde son "hijas de dominio" que tienen que aceptar la autoridad paterna sin cuestionarla. Al igual que en la casa, logran encontrar medios para burlar esa autoridad y, como en la casa, son sancionadas y castigadas cuando su falta es descubierta.

¿Sindicalizadas?

La mayoría de las mujeres y hombres jóvenes que llegan a las fábricas no tienen ninguna experiencia de organización. "Cuando una llega nueva, una es bien tontita, aguanta lo que le hagan. Como es nueva no sabe cómo defenderse y tiene miedo de que la boten y por eso aguanta todo. A medida que tenés experiencia, vas aprendiendo mañas para defenderte. "
Dentro de las fábricas no se permite la organización sindical. Eso lo saben muy bien las operarias y aprenden pronto que si quieren conservar su trabajo deben mantenerse lejos de todo lo que huela a sindicato. Pero también aprenden que cuando la fábrica despide a alguien por sindicalista, casi siempre logra conseguir el 100% de sus prestaciones. En cambio, quien renuncia pierde más del 50% de ellas. Por eso, muchas trabajadoras que ya tienen años en una fábrica y quieren salirse comienzan a promover el sindicato entre las "viejas que ya quieren retirarse". Sacan ellas mismas una lista y hacen correr el rumor de que se están organizando en sindicato. Entonces, las despiden y consiguen retirarse con todas sus prestaciones.

Una imagen machista

¿Tiene la trabajadora de maquila una identidad específica? No la tiene de forma consciente, pero sí se dan cuenta de cómo la gente las identifica y las juzga. "Mucha gente piensa que las trabajadoras en maquilas todas somos unas prostitutas y es que por unas pagamos todas." ¿Por qué la trabajadora de la maquila ha sido etiquetada en Honduras como prostituta o libertina? Esta imagen es la que predomina entre los hombres que no trabajan en maquilas y tiene que ver con el nivel de independencia que la joven de las maquilas adquiere respecto a la joven que sólo trabaja en su casa.

La joven de maquila está fuera de control de la autoridad paterna y por eso puede ser mucho más libre para tener experiencias pre-matrimoniales y hasta extra-matrimoniales en el caso de las que ya tienen una pareja estable. Cuando, por ejemplo, se anuncia en la ciudad una fiesta patrocinada por algún grupo de trabajadoras de maquilas, los hombres comentan: "Va a estar bueno, tal vez nos sale algo", y en más de alguna ocasión la fiesta "no sirve" porque se llena de hombres y llegan pocas trabajadoras. Es más la fama que la realidad. Se pone así al descubierto la doble moral de una sociedad machista, que critica la "flojera" pero se aprovecha de las "flojas"...

Libres por primera vez

La independencia económica es para algunas muchachas maquileras una de las grandes cosas que la maquila les da. Tienen orgullo por no sentirse una carga para sus padres, y hasta llegan a reconocer con orgullo que la maquila ha favorecido una soltería que valoran. "Si nos hubiéramos quedado en la casa, a estas alturas ya estaríamos casadas y con hijos, porque la muchacha que se queda sólo en la casa tiene mucho tiempo para pensar tonterías". "Las de las fábricas no se dejan mangonear por los maridos y las solteras no piensan en casamiento inmediato." Sienten que en la maquila han despertado: "Ya no soñamos con príncipes azules como cuando éramos niñas. Podemos muy bien ver la dureza de la vida y ya no es cualquiera el que nos va a engañar. Aquí aprendemos a defendernos".

La maquila es un espacio donde convergen diferentes tipos de mujeres, es un lugar donde se puede encontrar un abanico de experiencias humanas y femeninas. La reunión de esas diversidades, combinada con la independencia económica por el manejo de dinero, puede ser la matriz donde se esté gestando otro modelo de mujer cuyo perfil todavía no alcanzamos a visualizar.

Renuentes a los grupos

La mayoría de las jóvenes trabajadoras de maquila son renuentes a participar en cualquier grupo si no han tenido esta experiencia previa en grupos vecinales, religiosos o deportivos. Un 70% de las trabajadoras no participan en ningún tipo de organización y para lograr que asistan a cualquier reunión es necesario conectarse con los círculos de amigas. Si se logra convencer a dos o a tres de algún círculo, hay posibilidad de atraer a las otras, estando siempre latente el riesgo de que si la líder del círculo se va, las demás también se retirarán.

Esta conducta refleja la poca seguridad que tienen en sí mismas y el miedo a enfrentar solas las situaciones nuevas que les plantea la vida. El círculo de amigas se vuelve base fundamental para su seguridad emocional ante lo desconocido.
Cuando ya llegan al grupo, como la mayoría ha terminado a lo sumo la primaria, tienen mucha dificultad para participar en una discusión colectiva. Las más desenvueltas son casi siempre las que tienen un nivel educativo medio, las que han terminado su básico o las pocas que terminaron una carrera.

A medida que las más introvertidas van adquiriendo confianza y logran entrar en la dinámica de compartir con otras su propia experiencia de vida, se desencadena entre ellas un proceso formativo y reflexivo que va operando cambios en la forma en que se ven a sí mismas y en la que ven su ambiente laboral y familiar. Son minoría las que conocen que hay organismos -como el Comisionado de los Derechos Humanos, o el mismo ERIC- que ofrecen servicios de consejería, investigación y litigio en problemas laborales. En muchas priva el temor a hacer uso de estos servicios para reclamar sus derechos.

Una cultura de miedo

Dentro de la maquila prevalece una cultura de miedo. Domina a las trabajadoras el temor a enfrentar la autoridad. Y como la autoridad se hace sentir tanto dentro de la fábrica, tienen temor a buscar ayuda para pelear por sus derechos. ¿"Para qué meterse con problemas con esos viejos?" "Si no me quieren dar nada que no me lo den, que ahí les quede para las candelas". Son expresiones muy comunes entre las jóvenes trabajadoras cuando enfrentan algún problema laboral.

Por otra parte tienen el convencimiento de que "esos viejos nunca pierden, porque ya tienen comprados a los ministerios". A la cultura del miedo se une una cultura de impotencia. Y por eso, se aprovechan de todo lo que pueden. Con eso justifican los robos que hacen en las fábricas. "Cuando esos viejos nos botan siempre nos roban, por eso no me da pena sacar cosas. Además, todo el que puede roba".

Cuando las jóvenes utilizan los servicios de asistencia legal o la radio para denunciar atropellos, es muy común que no digan toda la verdad. Falsean los hechos buscando más posibilidades de ganarle a la patronal. En su mente domina la idea de que "ellos siempre ganan", y en sus mentiras se revela el enojo y la impotencia frente a quienes siempre tienen las de ganar.

"Me aburre la casa"

¿Cómo se está experimentando en los hogares la influencia de la maquila? ¿Cómo procesan las familias que esa idea aprendida por generaciones -"las mujeres son de la casa y el hombre es el que trabaja"- está cayendo en desuso? ¿Cómo concilian las jóvenes la ideología del hombre proveedor-mujer cuidandera con el sentido creciente de independencia y el gusto por haber salido del ámbito de lo doméstico que están experimentando al trabajar en la maquila?
"Para mí ya es aburrido estar en la casa haciendo el oficio doméstico". "Yo estoy acostumbrada a mi trabajo, me aburre estar en la casa, me angustio, por eso los domingos busco dónde salir." Es evidente que la presencia de tantas mujeres en las fábricas está ocasionando cambios radicales en los hogares, lo que se aprecia en el cambio de estatus que está experimentando la hija que trabaja con respecto a las que todavía no lo hacen.

Las madres liberadas

Cuando son hijos varones quienes trabajan contribuyen poco o casi nada a la familia. En cambio, cuando son hijas mujeres quienes trabajan, toda la familia se beneficia de forma directa o indirecta, y de forma más directa quien más se beneficia es la madre. Si la hija aporta al hogar, el dinero no se lo da nunca al padre sino a la madre, y es común que hagan más regalos a la madre que al padre. El trabajo de la hija llega a volverse liberador para la madre, que deja de depender de la tiranía del padre. "Como ya están las cipotas trabajando, ese hombre si quiere puede irse", dice la madre de dos jóvenes de Guaymitas.

La hija que ya aporta dinero a la casa tiene más poder en las decisiones familiares, y a la vez alcanza niveles de mayor autonomía en las decisiones sobre sí misma, y a los padres el único derecho que a veces les queda es el del "pataleo". En muchas casas se oyen quejas como ésta: "Desde que trabaja ya ni siquiera dice para dónde va". O comentarios como éste: "Desde que ella comenzó a trabajar ha ido mejorando la casa, hasta hizo su propio cuarto".
En la casa hay muchas consideraciones con la hija que trabaja en la fábrica: se le dispensa de la pesada carga del trabajo doméstico, se le permite el derecho a la diversión, y en muchos casos se tiene indulgencia ante un embarazo "sin padre". Las rígidas reglas de control que la familia impone a las mujeres han empezado a ser minadas a medida que la población femenina joven se incorpora al proceso productivo.

¿Y cuando se casan?

¿Mantiene este mismo nivel de independencia y autonomía la joven maquilera que se casa o se acompaña? Algunas cosas cambian. Ya acompañada, la mujer pierde la liberación del trabajo doméstico e inicia una penosa doble jornada. Esto significa que el poco tiempo libre que tiene, y que de soltera podía invertir en diversión y recreación con amigas y amigos, lo tiene que destinar al trabajo doméstico.

Casarse o acompañarse les significa someterse a la autoridad del marido, que en algunos casos les exige dejar de trabajar, aunque, por la situación de crisis económica, a muchos maridos no les queda más remedio que aceptar que ella trabaje. Si es así, esto permite a la mujer mantener un espacio fuera del control del compañero. Si su compañero trabaja en la misma fábrica se controlan mutuamente y se dan casos de pleitos dentro de la fábrica por celos de parte de ella o de él.

La dependencia sentimental

Muchas jóvenes conservan la convicción de su capacidad para mantenerse solas y para no depender económicamente del compañero. Y están con él más por dependencia sentimental que económica. Esto les da un perfil distinto al de las mujeres jóvenes que se acompañan sin nunca antes haber trabajado, y que padecen una doble dependencia: sentimental y económica.

Es evidente que el grado de independencia que las jóvenes maquileras adquieren en la fábrica antes de acompañarse no es suficiente como para cuestionar los roles de género ni el estatus de la mujer en el seno de la familia, pero sí basta para negociar su condición de dominada bajo términos más flexibles. El hombre sabe que ella sabe que no lo necesita a él para la sobrevivencia.

Sin embargo, muchas se someten a la tiranía masculina por dependencia sentimental. "Es que las mujeres somos más débiles de corazón y amamos con mucha más facilidad que ellos y en ese sentido ellos son más fuertes." Pero, aunque ella se someta por amor, su sumisión será siempre más débil que la de la mujer doblemente dependiente.

Ni en el campo ni en la cocina

La incorporación de jóvenes -mujeres y varones- a la maquila está trayendo también cambios en las comunidades, sobre todo en las áreas rurales. Un primer efecto es el incremento de la migración campo-ciudad. Una vez fuera del mundo campesino, las jóvenes que vienen de lugares de cultura más rural no quieren regresar y se convierten en imán para atraer hacia la ciudad a parientes y amigas. "Yo digo que no vuelvo allá para vivir, porque aquí estamos mejor. Ayudamos más a nuestros papás estando aquí porque mensualmente mandamos algo. Cuando nuestra otra hermana esté en edad, la vamos a traer y entre las tres ya ayudaremos más".

La migración de los varones está provocando escasez de mano de obra para cultivar la tierra y, a la vez, un alza en los jornales. "Hoy hay que pagar 50 lempiras por día de trabajo, porque dicen que eso les pagan en la fábrica, pero son los jóvenes los que exigen eso, los viejos se conforman con meno"..

Si en el campo se da un alza en el jornal de la mano de obra campesina, en la ciudad se incrementa el salario de las empleadas domésticas. "Antes, el salario de una muchacha de servicio era nada. Si ganaba 300 al mes debía considerarse bien pagada. Pero ahora con eso de las fábricas, ninguna muchacha quiere trabajar por eso, hoy lo mínimo son unos 800 lempiras".

Tanto para los varones como para las mujeres, es más prestigioso y más rentable trabajar en la fábrica que en el campo o en la cocina. "En el campo uno mucho se jode y no se gana nada, ellos ya se acostumbraron a ese trabajo fácil de la fábrica. Cuando los botan de la fábrica y uno los busca para que le ayuden, no van, prefieren estar de haraganes y es que les da pena que las muchachas los miren con el machete", dice un agricultor.

Una nueva economía

Con la incorporación de la juventud a las fábricas se han abierto muchos negocios nuevos, buscando captar los salarios de las jóvenes. Las compañías de ventas por catálogo han expandido su mercado hasta las mismas comunidades, en donde es muy común ver circular mes a mes catálogos que ofrecen ropa, perfumes, cosméticos o alhajas. Esto va introduciendo cambios en los cánones de belleza, tanto entre hombres como entre mujeres. "Me voy a poner a dieta, porque ya estoy muy gorda. Macizo sería tener un cuerpo como esas mujeres de los catálogos".

A la vez se van creando necesidades que antes no existían: "Juana compró de ese champú, dice que le deja muy brillante el pelo, varias compañeras y yo encargamos uno a ver cómo nos sale".
Tanto varones como mujeres viven en un ansia permanente de vestirse a la moda y para ello no escatiman el dinero. Hacen entonces su aparición los comerciantes del crédito, tanto dentro como fuera de las comunidades. Reciben los encargos de las muchachas y les cobran el doble y a veces hasta el triple del costo de la prenda. "Lo importante es estar a la moda y no se siente al pagarlo, porque se da el pago semanalmente". El endeudamiento paulatino es una nueva realidad económica, más entre las jóvenes, que invierten mucho de su salario en ropa y alhajas. "Los hombres nos endeudamos, pero no como las mujeres. Yo pienso que a los hombres nos va peor. ¿Sabe por qué? Ellas gastan en ellas mismas para sentirse bonitas, y nosotros lo gastamos en cervezas. A ellas les queda algo, a nosotros nada".

¿Religiosas?

Aunque para las jóvenes de la maquila, al igual que para la mayoría de los jóvenes hondureños, la religión no es una preocupación básica, buscan mantener distancia, cuando la religión les exige cambiar "lo mundano por las cosas de Dios". "A mí lo que no me gusta, sobre todo de los evangélicos, es que todo es pecado. Escuchar música es pecado, que las mujeres usen pantalones es pecado, bailar es pecado, todo lo que nos gusta a los jóvenes es pecado". "Yo no voy a ninguna iglesia, porque es muy difícil llevar bien las cosas de Dios".

En este contexto de cierta indiferencia, la religión ha ido adquiriendo más importancia entre las jóvenes de la maquila por la proximidad del cambio de milenio. En las fábricas circulan todo tipo de especulaciones sobre el fin del mundo. "Mi supervisora, que es cristiana, dice que cuando venga el fin del mundo ellos se van a desaparecer un tiempo y la gente va a decir que se los llevaron los extraterrestres, pero cuando venga la nueva Jerusalén, ellos van a venir allí". "En la fábrica dicen que hay que aceptar a Dios y que todo lo que ha ocurrido no son más que señales para que entendamos que el fin del mundo ya está cerca. Yo no sé si creer o no, pero por si acaso ya saqué mi dinero del banco y me lo gasté. ¿Qué tal que todo se acabe? Mejor lo disfruto ahora que puedo".

Estas expectativas están trayendo mucha confusión en las jóvenes, sobre todo por su escasa formación bíblico-teológica y por la gran influencia que en Honduras tiene el fundamentalismo religioso de las sectas evangélicas y de algunos movimientos católicos. Para conquistar adeptos, estas sectas utilizan acontecimientos trágicos como el paso del huracán Mitch o la guerra de Kosovo, los desastres naturales y las guerras como "señales que indican que el fin del mundo está cerca".

Muchas jóvenes rechazan estas ideas y, aun pudiendo entender que en el mundo las cosas no andan bien, luchan por no dejarse atrapar por la mirada negativa y desesperanzadora con que esta corriente religiosa ve el mundo. La familia sigue siendo fundamental para que las jóvenes se identifiquen con una religión determinada y para que sean militantes de la misma. Y muchas de las "conversiones" de jóvenes de las fábricas, tienen más que ver con el temor al fin del mundo que con el conocimiento y las convicciones de un credo religioso.

¿Hijas de esta patria?

Entre las jóvenes de las maquilas no hay claridad sobre lo que es nación o patria. Para ellas sólo existe la realidad, que les puede ser adversa o favorable. Entre los varones predomina la visión de que el país no les ofrece oportunidades para alcanzar sus sueños y buscan llegar a Estados Unidos para alcanzar el "sueño americano". En busca de esa meta, la maquila es para ellos un medio de capitalizarse para poder pagarle al "coyote" que los acercará a las fronteras de "la prosperidad gringa". También muchas mujeres anhelan salir de Honduras. "Aquí no hay muchas oportunidades para mejorar la vida, yo ya probé la fábrica y eso apenas da para medio ir pasando, pero no para mantener bien a la familia. Por eso quiero mejor irme para los Estados Unidos".

La mayoría de jóvenes no relaciona su trabajo en las maquilas con el desarrollo del país. Aunque también hay excepciones y encontramos jóvenes con bastante conciencia crítica. "El trabajo que desempeño, ¿a quién favorece? A los coreanos, porque sale en exportación. Pero no es gran beneficio para el país. Ellos sólo saben explotar a la trabajadora. Los sueldos que pagan son tan bajos que apenas alcanza para vivir, pero no para dar estudio a los hijos o para estudiar uno mismo. Y así no se desarrolla el país".

Tremenda paradoja: ¿será el desarrollo de una nueva conciencia entre las mujeres el aporte de la maquila al desarrollo del país?
Nelly del Cid, Carla Castro y Yadira Rodríguez